El hablador by Mario Vargas Llosa

El hablador by Mario Vargas Llosa

autor:Mario Vargas Llosa [Vargas Llosa, Mario]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: spanish
ISBN: 9788432205767
editor: Seix Barral
publicado: 2008-09-24T16:00:00+00:00


* * *

«Menos mal que no te encontraste con él, cuando volabas prendido de la garza», se burló de mí Tasurinchi, el seripigari. «Te hubiera quemado con su cola, pues.» Según él, Kachiborérine baja a este mundo, a veces, a recoger cadáveres de machiguengas, de las orillas de los ríos. Los carga a su espalda y se los sube, allá. Los convierte en estrellas furtivas, dicen.

Eso es, al menos, lo que yo he sabido.

Estábamos conversando en esa región donde hay tantas luciérnagas. Había anochecido mientras hablaba con Tasurinchi, el seripigari. El bosque se encendía por allá, se apagaba por aquí, se encendía más allá. Haciéndonos guiños parecía. «No sé cómo puedes vivir en este sitio, Tasurinchi. Yo no viviría aquí. Yendo de un lado a otro, he visto muchas cosas entre los hombres que andan. Pero te aseguro que en ninguna parte vi tantas luciérnagas. Todos los árboles se han puesto a chispear. ¿No será anuncio de desgracia? Cada vez que vengo a visitarte, tiemblo acordándome de estas luciérnagas. Parece que estuvieran mirándonos, escuchando lo que te digo.»

«Claro que nos están mirando», me aseguró el seripigari. «Claro que escuchan con atención lo que hablas. Igual que yo, esperan tu venida. Se alegran viéndote llegar y oyendo tus historias. Tienen buena memoria, a diferencia de lo que me pasa a mí. Yo estoy perdiendo la sabiduría al mismo tiempo que las fuerzas. Ellas se conservan jóvenes, parece. Cuando te vas, me entretienen recordándome lo que te oyeron contar.»

«¿Te estás burlando de mí, Tasurinchi? He visitado a muchos seripigaris y a todos les he oído algo extraordinario. Pero nunca supe que alguno conversara con luciérnagas.»

«Pues aquí estás viendo uno», me dijo Tasurinchi, riéndose de mi sorpresa. «Para oír, hay que saber escuchar. Yo he aprendido. Si no, habría dejado de andar hace tiempo. Acuérdate, yo tenía una familia. Todos se fueron, matados por el daño, el río, el rayo y el tigre.

¿Cómo crees que pude resistir tantas desgracias? Escuchando, hablador. Aquí, en este rincón del monte, nunca viene nadie. Muy de cuando en cuando, algún machiguenga de las quebradas de más abajo, buscando ayuda.

Viene, se marcha y me vuelvo a quedar solo. Nadie vendrá a matarme aquí; no hay viracocha, mashco, punaruna o diablo que suba este monte. Pero la vida de un hombre tan solo se acaba rápido.

»¿Qué podía hacer? ¿Rabiar? ¿Desesperarme? ¿Ir a la orilla del río y clavarme una espina de chambira? Me puse a reflexionar y me acordé de las luciérnagas. A mí también me producían cierta inquietud, como a ti. ¿Por qué había tantas, pues? ¿Por qué en ninguna otra parte del monte, se reunían como en este lugar? En la mareada lo averigüé. Se lo pregunté al espíritu de un saankarite, allá en el techo de mi casa. "¿No será por ti?", me respondió. "¿No habrán venido para acompañarte? Un hombre necesita su familia, para andar." Me dejó pensando, pues. Y, entonces, les hablé. Me sentía raro, hablando a unas luces que se apagaban y encendían, sin contestarme.



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